28 diciembre 2006

CUANDO EL MUNDO SE CIERRA Y LAS PALABRAS SE DETIENEN

*

Le hablo al mundo como si fuera
arista de los sueños.
Me duele mirarle a la cara,
observar sus alas.
Caídas.
De acero.
Gris por dentro.
Gélido a pesar de ese calentamiento
precedido por las palabras.
Quisiera arrojar este martillo contra los sueños,
romper su hábitat acristalado.
Prolongarlo hasta doblarlo.
Más allá,
o más acá…
¡Qué más da si la palabra está cansada!
Tanto como estos versos
que circundan la esperanza.
Porque, allí estaba…
Por aquí andaba. Anda.
En forma de refugio al aire,
de cielo sin lágrimas acentuadas.
Pero no!
¿O acaso sí
merece la pena
abrir y cerrar los ojos
para dejarlo todo como estaba,
abandonado en lo intangible?
Oscuridad antes de que se reflejara.
Azul como la Tierra.
Palabras que se encienden y apagan.
Que se traducen en sueños,
en realidades.
En esos últimos tic-tac del Titánic.
¡Pero no!
¿O acaso sí, pasamos ya por aquí,
antes de desvanecernos?
De retroceder de donde venimos,
a donde vamos sin saberlo mientras nos alejamos.
Mostrándonos erguidos,
ausentes.
Soslayando ese mío como tuyo,
como árbol que abre sus manos bajo la tormenta.
Como ese relámpago ciego,
al que no le importa el destino, su voltaje,
ni el impacto tras la muerte.
Pero no.
No hablo de muerte, sino de palabras cobardes.
Esas que no pronunciamos nunca ni detrás ni delante.
Con cada silencio. A cada paso por adelantado y que no damos.
En cada instante en que el vacío nos las arrebata.
Pero no! No basta con predecir las palabras
ni predicarlas !

Habrá que volver a intentarlo mil y dos veces.
Y a la tercera…
Soñar para que se nos repita hasta en el aliento.
Agarrarlo. Agarrarse a ese hálito que nos señala.
Me duele el mundo como si estallara en un solo pedazo.
Y miro hacia el Norte.
Y veo las calles del Sur abarrotadas,
pidiendo clemencia contra el léxico del hambre.
Veo gente que habla, que parpadea
en deseos de dejarlo. De gritar. De gritar más lejos.
Y escucho el eco del silencio, bajo una y mil parábolas.
Ventanas que han desaparecido. Puertas que no abren.
Acomodándose. Acomodándonos a ese silencio
que nos grita por dentro.
¡Corre y háblate, háblale ! ¡Pronuncia esa palabra...!

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